Por: Emmanuel Santos, Psicólogo y Político
Carolina: Una imagen vivida, no construida
Un instante sin poses ni guiones revela la cercanía real entre una líder y su gente. Porque en política, como en la vida, lo más poderoso no se actúa: se siente.
Fue solo un instante, pero bastó para que la cámara lo captara: un abrazo fuerte, una sonrisa sincera y un grupo de rostros que no fingían. La imagen es auténtica, como auténtico es el vínculo que refleja. En política, lo verdaderamente valioso no se fabrica con discursos, sino que nace de gestos simples que conectan con la emoción colectiva.
Esta fotografía —con su encuadre cerrado, la sobreexposición en los bordes y los testigos sorprendidos— es prueba de ello. Un amigo suele citar dos imágenes icónicas como ejemplos de lo espontáneo con valor histórico: la del Che Guevara tomada por Alberto Korda en La Habana, y la de la niña del napalm captada por Nick Ut en Vietnam —esta última, ganadora del Pulitzer—. Ambas conmueven no solo por lo que muestran, sino por lo que representan: verdad, humanidad, historia.
Así también ocurre con la imagen que inspira estas líneas. No necesitó guión ni artificio: su belleza está en lo vivido. Porque las fotografías más memorables no se posan, se sienten. Y en cada gesto sincero se percibe lo que impulsa cada abrazo que Carolina Mejía recibe: el amor por República Dominicana.
Carolina: Una imagen vivida, no construida
Un instante sin poses ni guiones revela la cercanía real entre una líder y su gente. Porque en política, como en la vida, lo más poderoso no se actúa: se siente.
Fue solo un instante, pero bastó para que la cámara lo captara: un abrazo fuerte, una sonrisa sincera y un grupo de rostros que no fingían. La imagen es auténtica, como auténtico es el vínculo que refleja. En política, lo verdaderamente valioso no se fabrica con discursos, sino que nace de gestos simples que conectan con la emoción colectiva.
Esta fotografía —con su encuadre cerrado, la sobreexposición en los bordes y los testigos sorprendidos— es prueba de ello. Un amigo suele citar dos imágenes icónicas como ejemplos de lo espontáneo con valor histórico: la del Che Guevara tomada por Alberto Korda en La Habana, y la de la niña del napalm captada por Nick Ut en Vietnam —esta última, ganadora del Pulitzer—. Ambas conmueven no solo por lo que muestran, sino por lo que representan: verdad, humanidad, historia.
Así también ocurre con la imagen que inspira estas líneas. No necesitó guión ni artificio: su belleza está en lo vivido. Porque las fotografías más memorables no se posan, se sienten. Y en cada gesto sincero se percibe lo que impulsa cada abrazo que Carolina Mejía recibe: el amor por República Dominicana.